lunes, 21 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad


"Magda no creía en la Navidad. La verdad es que Magda no creía ya en casi nada. De sus envejecidos y harapientos cincuenta años había pasado treinta en la calle. Indigente, la llamaban. Escoria de la escoria, se definía ella. Había sido adicta a casi todo, aunque en los últimos años sólo le restaba ya la adicción al vino barato y a su propia soledad. Por la noche dormía, pero no soñaba; porque la escoria sólo puede permitirse soñar con escoria y, para eso mejor no soñar. No pedía nada a la vida, pues sabía que la vida ya nada le iba a dar. Si acaso, abandonarla definitivamente de una vez. Morir. Morir. Morir. 'Dios mío, deja que me muera. Deja que me muera...por favor...'

Habían pasado ya treinta años. Treinta años desde que le arrebataron a su bebé, a su niña, a su vida. Incapacitada, la declararon. ¿Incapacitada para qué? ¿Para querer a su hija más que a su vida? ¿Para darle todo el amor que una madre puede dar, que es todo el amor del mundo? Se la quitaron. Se la llevaron. Y con ella se llevaron también su corazón y su cordura. Lo único que le dejaron fue una foto, descolorida ya por el paso del tiempo y de sus manos ásperas y ennegrecidas (¡pero qué guapa era, tan regordeta! Y con esos dos lunares detrás de la oreja, que eran como la tierra y la luna, le gustaba pensar, 'Tú eres la tierra, mi amor. Y yo la luna, que para eso estoy loca. Y la tierra no puede vivir sin la luna. Y la luna no puede vivir sin la tierra') Pero la luna se quedó sola. y, durante treinta años, esa foto fue su único puente con la cordura (esa foto y una desgastada imagen de la Geperudeta, con su azucena, su Niño y su infinita dulzura)  --la Geperudeta es cómo se le llama a la Virgen de los Desamparados en Valencia--
Y durante treinta años, la esperanza de volver a ver a su niña fue su única razón para seguir viva. Aunque sólo fuera para morir entre sus brazos, como ella había nacido entre los suyos, aquella Nochebuena treinta años atrás.

Pero esa noche, también Nochebuena, todo apuntaba a que iba a ser la última noche. La pulmonía ya no huía del alcohol, como otras veces, y la fiebre subía en proporción inversa a la temperatura. Abrazada a la foto de su niña y a la imagen de su Madre, Magda lloró. Llanto de sangre y hielo. De sangre y de dolor por la vida vivida; de helada tristeza por no poder morir en brazos de su niña.
Apenas escuchó la furibunda sirena de la ambulancia. Apenas sintió el pinchazo en su brazo calloso. Sin embargo, en su nebulosa, sí notó la mano de la enfermera cogiendo la suya. Firme y cariñosa. Y también percibió la infinita dulzura de aquellos labios tiernos besando su mejilla como sólo una hija es capaz de besar a una madre. Y en ese preciso instante, sus ojos ya casi cerrados por la muerte inminente, Magda pudo ver los dos pequeños lunares que la enfermera tenía, casi ocultos, detrás de su oreja. Y un instante antes de entregarse a la muerte, Magda sonrió. Y su sonrisa dibujó una palabra, apenas un susurro, un último suspiro rebosante de viva esperanza: '...María...'"
(Pepe Álvarez de las Asturias)

No hay comentarios:

En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...