domingo, 7 de junio de 2020

Familia multiétnica


La familia de Loreto y Antonio es multicolor. Sus cuatro hijos, de entre 15 y 8 años, tienen la piel de todas las razas del mundo.

Esta historia comenzó como suelen terminar los cuentos felices: una boda cuajada de proyectos y expectativas, y una pareja impaciente por convertirse en una familia con muchos niños. pero pasaron los meses, luego los años, y los niños no llegaban.

Loreto y Antonio pusieron todos los medios que estaban a su alcance y comenzaron un camino de nueve años difíciles, en los que las palabras de aliento y los buenos consejos no servían: "Los médicos nos repetían que no había ningún problema y nos recomendaban que nos relajásemos. Pero ese consejo no funciona cuando tienes el deseo de formar una familia, porque al fin y al cabo te casas con esa ilusión"

Loreto cuenta que nunca hasta entonces había rezado tanto y con tanta fe. "Un día -dice- me encaré con la imagen de la Virgen que tengo en mi habitación y le reproché: ¿Y tú por qué sí y yo no?"

A los nueve años, ¡por fin!, llegó de China Irene. "Al coger en brazos y abrazar a mi hija por primera vez, sentí su olor y supe que era mía. Es una emoción muy difícil de describir". Loreto sitúa en este hecho el momento en que por primera vez presintió lo que con el tiempo fue convirtiéndose en un convencimiento: "Me di cuenta de que no había tenido hijos biológicos porque mi vocación era ser madre adoptiva. Madre de ésta y de los que vendrían después. Que yo me había estado empeñando en un plan que no era el de Dios y que con el tiempo iría a buscar a los demás en el momento y en el lugar que Dios dispusiera. Estos tenían que ser nuestros hijos, y nosotros debíamos ser sus padres".

Y así, con una cadencia que la madre naturaleza difícilmente hubiera podido superar, fueron llegando Antonio -andaluz, pero con la apariencia de un hindú-, Pablo -de raza negra, aunque nacido en España-, y la pequeña Loreto, también andaluza pero de piel clarita.

El mosaico, ahora sí, se había completado. Fue entonces cuando Loreto oyó por primera vez unas palabras de san Josemaría: ¡Todos somos iguales! Cada uno de nosotros valemos lo mismo, valemos la sangre de Cristo. Fijaos qué maravilla. Porque no hay razas, no hay lenguas; no hay más que una raza: la de los hijos de Dios. 

"Me emocionó y pensé que si todo el mundo sintiera en su corazón esta frase no nos distinguiríamos unos de otros y veríamos al resto de las personas con los ojos del amor".

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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...