"Jesús le dijo: -¡María! Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: -¡Rabbuni! -que quiere decir: Maestro" (Juan 20, 16)
Solo cuando Jesús pronuncia su nombre -"¡María!", con su peculiar entonación, ella descubre que tiene delante a Cristo, en cuerpo glorioso.
"¡Qué bonito es pensar que la primera aparición del Resucitado sucedió de una forma personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre" (Francisco)
Como le sucedió a ella, la voz de Jesús que pronuncia nuestro nombre con un acento personalísimo nos despierta y nos arranca del desaliento. Vivir atentos a su voz, pendientes de lo que Cristo quiere decirnos en cada momento, transforma la vida cotidiana en una constante ocasión de amor.
"La humanidad necesita mujeres y hombres así: capaces de acudir sin cansancio a la misericordia divina, leales al pie de la Cruz, atentos a escuchar -en las tareas ordinarias de cada jornada- el propio nombre de los labios del Resucitado" (Javier Echevarría)
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