viernes, 5 de febrero de 2016

Rubén Darío: Mis primeros versos ( II )


Continuamos el cuento ya iniciado en la entrada anterior, recordando a Rubén Darío, el genial poeta nicaragüense, en el centenario de su muerte.

 - ¿Han visto ustedes el número 13 de La Calavera?
 - No lo he visto -contestó uno de tantos-, ¿qué tiene de bueno?
 - Tiene, entre otras cosas, unos versos, que según dicen no son malos.
 - ¿Sería usted tan amable que nos hiciera el favor de leerlos?
 - Con gusto.
 Saqué La Calavera del bolsillo, lo desdoblé lentamente, y, lleno de emoción, pero con todo el fuego de mi entusiasmo, leí las estrofa.
 En seguida pregunté:
 - ¿Qué piensan ustedes sobre el mérito de esta pieza literaria?
 Las respuestas no se hicieron esperar y llovieron en esta forma:
 - No me gustan esos versos.
 - Son malos.
 - Son pésimos.
 - Si continúan publicando esas necedades en La Calavera, pediré que me borren de la lista de suscriptores.
 - El público debe exigir que emplumen al autor.
 - Y al periodista.
 - ¡Qué atrocidad!
 - ¡Qué barbaridad!
 - ¡Qué necedad!
 - ¡Qué monstruosidad!
 Me despedí de la casa hecho un energúmeno, y poniendo a aquella gente tan incivil en la categoría de los tontos: "Stultorum plena sunt omnia", decía yo para consolarme.
 Todos esos que no han sabido apreciar las bellezas de mis versos, pensaba yo, son personas ignorantes que no han estudiado humanidades, y por consiguiente, carecen de los conocimientos necesarios para juzgar como es debido en materia de literatura.
 Lo mejor es que yo vaya a hablar con el redactor de La Calavera, que es hombre de letras y que por algo publicó mis versos.

 Efectivamente: llego a la oficina de la redacción del periódico, y digo al jefe, para entrar en materia:
 - He visto el número 13 de La Calavera.
 - ¿Está usted suscrito a mi periódico?
 - Sí, señor.
 - ¿Viene usted a darme algo para el número siguiente?
 - No es eso lo que me trae: es que he visto unos versos...
 - Malditos versos: ya me tiene frito el público a fuerza de reclamaciones. Tiene usted muchísima razón, caballero, porque son, de lo malo, lo peor; pero ¿qué quiere usted?, el tiempo era muy escaso, me faltaba media columna y eché mano a esos condenados versos, que me envió algún quídam para fastidiarme.
 Estas últimas palabras las oí en la calle, y salí sin despedirme, resuelto a poner fin a mis días.
 Me pegaré un tiro, pensaba, me ahorcaré, tomaré un veneno, me arrojaré desde un campanario a la calle, me echaré al río con una piedra al cuello, o me dejaré morir de hambre, porque no hay fuerzas humanas para resistir tanto.
 Pero eso de morir tan joven... Y, además,nadie sabía que yo era el autor de los versos.

 Por último, lector, te juro que no me maté; pero quedé curado, por mucho tiempo, de la manía de hacer versos. En cuanto al número 13 y a las calaveras, otra vez que esté de buen humor te he de contar algo tan terrible, que se te van a poner los pelos de punta.

(Hasta ahora no se ha encontrado ninguna prosa que corresponda a este anuncio del poeta, pero ¡vaya si lo ha hecho! ¡Y de qué manera tan sublime!)

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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...