miércoles, 7 de febrero de 2018

Pináculos de fuego


En la época de Burgos (1938) san Josemaría llevaba con frecuencia a jóvenes y mayores a pasear por la orilla del río Arlanzón. En sus conversaciones, les insistía en que fuesen hombres de oración y que intentaran convertir todo lo que hicieran en trabajo de Dios.

Para ilustrar el consejo, solía llevarlos a visitar las torres de la catedral gótica de Burgos.

Muy por encima del nivel de la calle, donde apenas se podía ver, había un auténtico encaje de piedra, fruto de una labor paciente, costosa.

Mientras admiraban la bella ornamentación, san Josemaría les recordaba que "aquella maravilla no se veía desde abajo". Decía:

"¡Esto es el trabajo de Dios, la Obra de Dios!: acabar la tarea profesional con perfección, con belleza, con el primor de estas delicadas blondas de piedra".

Comprendían, ante esa realidad que entraba por los ojos, que todo eso era oración, un diálogo hermoso con el Señor.

Los que gastaron sus energías en esa tarea sabían perfectamente que desde las calles de la ciudad nadie apreciaría su esfuerzo: ¡era sólo para Dios!

(Pienso viene bien este relato, ahora que por estos lares estamos comenzando un nuevo curso académico)

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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...