La imagen de la Virgen peregrina de Fátima ha recorrido toda Nicaragua, de parroquia en parroquia. El fervor popular ha sido edificante por donde iba pasando.
Cuando estuvo recientemente en la parroquia de Santo Domingo en Las Sierritas, me invitaron a dar una catequesis mariana con la iglesia llenísima de todo tipo de gentes. Allí les compartí lo que había leído y meditado al repasar los fundamentos de nuestra doctrina cristiana en un libro del teólogo José Miguel Ibáñez Langlois:
"La devoción a María Virgen y Madre toca una raíz muy sensible del corazón creyente, y es a menudo la parte más afectiva de la piedad católica. Y es tal su hondura, que puede permanecer incluso en quienes pierden la práctica religiosa, y aún la fe. Por extraño que parezca, casos ha habido de quienes confiesan haber perdido la fe en Dios, pero no en María. Por ejemplo, así lo da a entender en su Diario don Miguel de Unamuno poco antes de morir, glosando la parábola del hijo pródigo:
'He llegado hasta el ateísmo espiritual, hasta imaginar un mundo sin Dios. Pero ahora veo que siempre conservé una fe oculta en la Virgen María... En momentos de apuro se me escapaba maquinalmente la exclamación: Madre de Misericordia, protégeme. Llegué a imaginar un hijo pródigo que abandona la religión materna. Al dejar este hogar del espíritu, sale hasta el umbral la Virgen, y allí le despide llorosa, dándole instrucciones para el camino.'
'De cuando en cuando vuelve el pródigo su vista, y allá, en el largo y polvoriento camino que por un lado se pierde en el horizonte, ve a la Virgen, de pie en el umbral, viendo marchar al hijo.'
'Y cuando al cabo viene cansado y deshecho, encuentre que ella le está esperando en el umbral del viejo hogar, y le abre los brazos para entrarle en él y presentarle al Padre...'
'María es, de todos los misterios, el más dulce...'"
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