domingo, 10 de noviembre de 2019

Amor matrimonial


Buenísima reflexión para los matrimonios, para redescubrir el valor de su amor matrimonial como camino hacia Dios:

"Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó (Gn 1,27). Así cuenta el primer relato del Génesis el origen del hombre y la mujer: Dios los crea a la vez. Ambos poseen la misma dignidad, porque son su viva imagen. El segundo relato se detiene de nuevo en este evento (cfr Gn 2,7-2,25), pero lo hace como a cámara lenta: Dios crea primero al varón y lo pone en el jardín del Edén. El mundo reverbera belleza en todos sus detalles: el cielo, las aguas del mar, los ríos que atraviesan las montañas y los árboles de todo tipo de especies. Un escenario extraordinario ante el que, sin embargo, Adán se siente solo.

Para sacarlo de esa soledad, el Señor crea toda la variedad de criaturas vivientes que pueblan el Paraíso: las aves del cielo, los peces que surcan los mares. los animales terrestres. Pero nada de todo eso parece bastar al hombre. Es entonces cuando Dios decide concederle una ayuda adecuada (Gn 2,18) y, del propio costado del varón, crea a la mujer. Por fin, Adán descubre unos ojos que le devuelven una mirada como la suya: ¡Esta sí es hueso de mis huesos, y carne de mi carne! (Gn 2, 23). Este encuentro le llena de gozo, pero sobre todo ilumina su identidad: le dice de un modo nuevo quién es. Algo le faltaba al hombre, que solo otra persona como él le podía dar.

Estas páginas del Génesis recogen verdades fundamentales sobre el ser humano; y las expresan, más que con una reflexión teórica, de un modo narrativo, con un lenguaje simbólico. La soledad de Adán tiene por eso un hondo significado antropológico. San Juan Pablo II decía que todo hombre y toda mujer participan de esa soledad originaria; en algún momento de su vida tienen que enfrentarse a ella. Cuando Dios dice no es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), se refiere en realidad a ambos: tanto el hombre como la mujer necesitan un auxilio para salir de esa soledad, un cauce para caminar juntos hacia la plenitud que les falta. Y eso es el matrimonio.

Cuando, siglos después, Jesús recuerde a los fariseos cómo eran las cosas en el principio, se referirá precisamente a ese pasaje de la Biblia (cfr. Mt 19, 1-12). El matrimonio cristiano es una llamada de Dios que invita a un hombre y a una mujer a caminar juntos hacia Él. Y no solo juntos, sino además uno a través del otro. El cónyuge es, para una persona casada, camino imprescindible hacia Dios; un camino en el que la carne se convierte en escenario de comunión y de entrega amorosa, materia y espacio de santificación. El amor matrimonial es, así, un encuentro de cuerpos y almas que embellece y transfigura el cariño humano: le da, con la gracia del sacramento, un alcance sobrenatural.

Al mismo tiempo, el amor entre un hombre y una mujer apunta más allá de sí mismo. Cuando es verdadero, es siempre un camino hacia Dios, no una meta. La meta sigue siendo la plenitud que solo se encuentra en Él. Por eso no tiene nada de extraño que alguien casado pueda sentir algunas veces aquella soledad originaria. Sin embargo, este sentimiento no significa, como a veces se lo presenta, que el amor se haya acabado y que deba empezar otra historia, porque tampoco esa nueva historia sería suficiente. Más bien, es un signo de que el corazón humano tiene una sed que solo se puede apagar completamente en el amor infinito de Dios"

(En la foto, mis buenos amigos Raquel y Leandro, siempre fotogénicos, como los ve Dios...)

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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...