“Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos...” (Lucas 24, 15)
La presencia de Dios es, sobre todo, saber que siempre somos mirados amorosamente por él. No es tanto un esfuerzo personal por hacer o decir cosas, que tampoco faltará; pero la presencia de Dios es, más bien, esa seguridad de que el Señor contempla nuestra vida como lo haría un padre o una madre si pudieran vivir, cada segundo, mirando a su querido hijo: viéndole crecer, alentándole, disfrutando de su personalidad y de su manera de comportarse con los demás.
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