De nuevo mi amigo Jaime Nubiola, profesor de filosofía, pienso acierta de lleno al hacer unas consideraciones sobre uno de los defectos, quizás el más generalizado, entre los que se dedican a la enseñanza: la vanidad.
Vanidad que se muestra en el enfado ante las críticas o los supuestos menosprecios, y en la envidia al compararse con colegas que tienen más "éxito", que son más citados o que reciben más reconocimientos. Además, los sistemas de promoción académica favorecen ese estilo de vida que, en vez de buscar la verdad, solo aspira al reconocimiento público.
Frente a esa pretensión de "ser famoso" - añade Jaime- hay que defender y promover el ejemplo del modesto profesor que procura impartir bien sus clases, que atiende afectuosamente a sus alumnos y que da a conocer humildemente lo que sabe.
Frente a la fría brillantez del famoso, la cálida acogida de alguien que quiere de verdad que sus alumnos crezcan.
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