lunes, 1 de enero de 2018

El secreto de la Madre de Dios


"Guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lucas 2, 19)

Guardaba. Simplemente guardaba. María no habla: el Evangelio no nos menciona ni tan siquiera una sola palabra suya en todo el relato de la Navidad. También en esto la Madre está unida al Hijo: Jesús es infante, es decir "sin palabra". Él, el Verbo, la Palabra de Dios que "muchas veces y en diversos modos en los tiempos antiguos había hablado (Heb 1,1), ahora, en la "plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), está mudo.

El Dios ante el cual se guarda silencio es un niño que no habla. Su majestad está sin palabras, su misterio de amor se revela en la pequeñez. Esta pequeñez silenciosa es el lenguaje de su realeza.

La Madre se asocia a su Hijo y lo guarda en silencio.

Y el silencio nos dice que también nosotros, si queremos guardarnos, tenemos necesidad de silencio. Tenemos necesidad de permanecer en silencio mirando el pesebre. Porque delante del pesebre nos descubrimos amados, saboreamos el sentido genuino de la vida. Y contemplando en silencio, dejamos que Jesús nos hable al corazón: que su pequeñez desarme nuestra soberbia, que su pobreza desconcierte nuestra fastuosidad, que su ternura sacuda nuestro corazón insensible.

Reservar cada día un momento de silencio con Dios es guardar nuestra alma; es guardar nuestra libertad frente a las banalidades corrosivas del consumo y la ruidosa confusión de la publicidad, frente a la abundancia de palabras vacías y las olas impetuosas de las murmuraciones y quejas.

El Evangelio sigue diciendo que María guardaba estas cosas y las meditaba.

¿Cuáles eran estas cosas?

Eran gozos y dolores

Por una parte, el nacimiento de Jesús, el amor de José, la visita de los pastores, aquella noche luminosa.

Pero por otra parte: el futuro incierto, la falta de un hogar, "porque para ellos no había sitio en la posada" (Lc 2,7), la desolación del rechazo, la desilusión de ver nacer a Jesús en un establo.

Esperanzas y angustias, luz y tinieblas: todas estas cosas poblaban el corazón de María. Y ella, ¿qué hizo? Las meditaba, es decir las repasaba con Dios en su corazón. No se guardó nada para sí misma, no ocultó nada en la soledad ni lo ahogó en la amargura, sino que todo lo llevó a Dios. Así se guardaba. Confiando se guardaba: no dejando que la vida caiga presa del miedo, del desconsuelo o de la superstición, no cerrándose o tratando de olvidar, sino haciendo de toda ocasión un diálogo con Dios. Y Dios que se preocupa de nosotros, viene a habitar nuestras vidas.

Este es el secreto de la Madre de Dios: guardar en el silencio y llevar a Dios.

Y como concluye el Evangelio, todo esto sucedía en su corazón. El corazón invita a mirar al centro de la persona, de los afectos, de la vida.

También nosotros, cristianos en camino, al inicio del año sentimos la necesidad de volver a comenzar desde el centro, de dejar atrás los fardos del pasado y de empezar de nuevo desde lo que importa.

Aquí está hoy, frente a nosotros, el punto de partida: la Madre de Dios.

Porque María es exactamente como Dios quiere que seamos nosotros, como quiere que sea su Iglesia: Madre tierna, humilde, pobre de cosas y rica de amor, libre del pecado, unida a jesús, que guarda a Dios en su corazón y al prójimo en su vida.

Para recomenzar, contemplemos a la Madre.

En su corazón palpita el corazón de la Iglesia. La fiesta de hoy nos dice que para ir hacia delante es necesario volver de nuevo al pesebre, a la Madre que lleva en sus brazos a dios.

La devoción a María no es una cortesía espiritual, es una exigencia de la vida cristiana. Contemplando a la Madre nos sentimos animados a soltar tantos pesos inútiles y a encontrar lo que verdaderamente cuenta.

El don de la Madre, el don de toda madre y de toda mujer es muy valioso pata la Iglesia, que es madre y mujer. Y mientras el hombre frecuentemente abstrae, afirma e impone ideas; la mujer, la madre, sabe guardar, unir en el corazón, vivificar.

Para que la fe no se reduzca sólo a una idea o doctrina, todos necesitamos de un corazón de madre, que sepa guardar la ternura de Dios y escuchar los latidos del hombre.

Que la Madre, que es sello especial de Dios sobre la humanidad, guarde este año y traiga la paz de su Hijo al corazón de todos los hombres y al mundo entero.

Y como niños, os invito a saludarla hoy, como los fieles de Éfeso:

Digamos tres veces "Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios"

(Valía la pena esta reflexión larga del Papa Francisco, hoy, el primer día del año. Y eso que es sólo parte de su homilía... Valía la pena para marcar una pauta segura en este nuevo año que comienza.)

(Me alegra mucho que ésta sea la primera entrada de "Para No Hacerte Largo El Cuento" en el 2018)

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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...