martes, 11 de abril de 2017

No me mueve, mi Dios, para quererte


Hoy, martes santo, he vuelto a encontrarme a la hora de tercia con el célebre soneto anónimo del siglo XVI:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

No me extrañaría que la autoría sea de santa Teresa de Jesús (en la foto el cuadro de Adolfo Lozano: Santa Teresa a los pies de Jesús)

"Procuremos vivir los próximos días con intensidad, de modo que siempre de nuevo podamos decir con San Pablo: ¡para mí vivir es Cristo! (Fil 1, 21)"

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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...