domingo, 26 de agosto de 2018

La sonrisa de María


Muchas veces podemos pensar que Dios nos ama en la medida en que nos portamos bien, en la medida en que estamos a la altura de lo que espera de nosotros. Pero me parece que la lógica de Dios es diferente.

Un suceso en la vida de San Josemaría puede servirnos para ver por dónde va esa relación de Dios con sus hijos. Se trata de una de las anotaciones sobre su vida interior que escribía para hacer más sencilla la tarea de su director espiritual:

"Esta mañana -como siempre que lo pido humildemente, sea una u otra hora la de acostarme- desde un sueño profundo, igual que si me llamaran, me desperté segurísimo de que había llegado el momento de levantarme. Efectivamente, eran las seis menos cuarto. Anoche, como de costumbre también, pedí al Señor que me diera fuerzas para vencer la pereza, al despertar, porque -lo confieso, para vergüenza mía- me cuesta enormemente una cosa tan pequeña y son bastantes los días , en que, a pesar de esa llamada sobrenatural, me quedo un rato más en la cama. Hoy recé, al ver la hora, luché...y me quedé acostado. Por fin, a las seis y cuarto de mi despertador (que está roto desde hace tiempo) me levanté y, lleno de humillación, me postré en tierra, reconociendo mi falta -serviam! (te serviré)-, me vestí y comencé mi meditación. Pues bien: entre seis y media y siete menos cuarto vi, durante bastante tiempo, cómo el rostro de mi Virgen de los Besos se llenaba de alegría, de gozo. Me fijé bien: creí que sonreía, porque me hacía ese efecto, pero no se movían los labios. Muy tranquilo, le he dicho a mi Madre muchos piropos"

Se había propuesto algo que quizá también supone una lucha para nosotros algunas veces: levantarse puntual. Y no lo había conseguido. Era algo que le humillaba. Sin embargo, no confunde su rabieta y su humillación con la magnanimidad del corazón de Dios. Y vio a la Virgen que le sonreía. después de ese fracaso.

¿No es verdad que tendemos a pensar que Dios está contento con nosotros cuando -y, a veces, solamente cuando- hacemos las cosas bien? ¿Por qué confundimos nuestra satisfacción personal con la sonrisa de Dios, con su ternura y su cariño? ¿No se conmueve igualmente cuando nos levantamos otra vez después de una nueva caída?

Muchas veces habremos dicho a la Virgen que hable bien de nosotros al Señor. Alguna vez, incluso nos habremos imaginado esas conversaciones entre ella y su Hijo. En nuestra oración, bien podemos introducirnos en esa intimidad y tratar de contemplar el amor de María y de Jesús por cada uno de nosotros.

"Buscar la sonrisa de María no es sentimentalismo devoto o desfasado, sino más bien la expresión justa de la relación viva y profundamente humana que nos une con la que Cristo nos ha dado como Madre. Desear contemplar la sonrisa de la Virgen no es dejarse llevar por una imaginación descontrolada". Benedicto XVI lo recordó en Lourdes, hablando de la pequeña Bernadette. En su primera aparición, antes de presentarse como la Inmaculada, la Virgen solamente la sonrió. "María le dio a conocer primero su sonrisa, como si fuera la puerta de entrada más adecuada para la revelación del misterio"

Nosotros queremos ver y vivir también en esa sonrisa. Nuestros errores -por grandes que puedan llegar a ser- no son capaces de borrarla. Si nos levantamos de nuevo, podemos buscar con la mirada sus ojos y nos volveremos a contagiar de su alegría.

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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...