Es obvio que uno se casa "por amor" Y, sin embargo, siendo muy loable, es esa una razón insuficiente para casarse.
Hay que casarse, por supuesto, "por amor" pero es más importante aún casarse "para amar" Para amar siempre y en todo momento a esta persona. Casarse porque se quiere querer.
"Por amor" se pueden hacer mil y una tonterías: cantar en la ducha, dar saltos por la calle, sonreír a todo el mundo, hurtar unas flores de un jardín o gastarse toda la paga del mes en un regalo extraordinario..., pero ¿casarse? ¿sólo "por amor"? ¡Eso es muy poco!
¡Sí! ¡Uno ha de casarse "para amar"! Y amará siempre, pase lo que pase. No basta el amor que se tiene en el presente, porque este amor de ahora no es nada comparado con la intensidad que puede alcanzar en el futuro, en la fragua de una vida bien acrisolada.
Hay que atreverse a amar. Sin miedo. Sin red. Lanzarse a la mayor aventura que existe sin volver la vista atrás. Enamorándose cada día. Volviendo a empezar una y otra vez.
Si no se cree en el amor para siempre, de verdad, mejor no casarse. Pero si el corazón es joven y resuelto, que se ve poca cosa y desconfía de sí mismo y de su pasado, pero tiene una fe grande en el futuro que el amor es capaz de construir con las fuerzas propias y ajenas ¡¡Dios incluido!! entonces ¡adelante! Tengan la valentía de poner los medios, divinos y humanos, para hacer de esa unión el destino de sus trayectorias personales, calibrando una y otra vez la brújula sin admitir otro puerto al que arribar que no sea el de los dos, aunque soplen vientos contrarios.
¿Verdad que es así, Jeriot y Fabiola, que acaban de casarse con aire japonés el 18 de 8 del 18?
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