viernes, 8 de junio de 2018

¿Felicidad?


Cualquiera podría decir: "yo lo que quiero es ser feliz"

Y sin embargo algo falla, porque con frecuencia el ser humano no consigue alcanzar la felicidad.

Los hombres mueren y no son felices, sentenciaba con cierto pesimismo un escritor ateo del siglo XX. Y puede que nos hayamos preguntado interiormente: "Señor, ¿qué pasa?"

El plan de la Creación incluía nuestra felicidad, pero algo falló. No siempre conseguimos ser felices y, a menudo, quizás por eso mismo, tampoco logramos hacer felices a los demás. Es más, no raramente causamos sufrimientos unos a otros, actuando de una manera cruel y perversa.

¡Cuánto dolor, cuánta crueldad! Pero, ¿es posible que nosotros los hombres, creados a semejanza de Dios, seamos capaces de hacer estas cosas?

¿Qué pasa? ¿Por qué tanta gente no es feliz? ¿Por qué realidades que prometen tanta felicidad -la amistad, los lazos familiares, las relaciones sociales, las cosas creadas- son a veces fuente de tanta insatisfacción, amargura y tristeza? ¿Cómo es posible que los hombres seamos capaces de producir tanto daño?

Las respuestas a estas punzantes y dolorosas preguntas se concentran en una palabra: el pecado.

En griego, la lengua del Nuevo Testamento, "pecado" se dice hamartia, qu significa: "Fallo de la meta, no dar en el blanco", y se aplicaba especialmente al guerrero que fallaba el blanco con su lanza.

Así pues, un primer sentido del pecado es errar el blanco. Lanzamos una flecha dirigida a la felicidad, pero fallamos el tiro. En este sentido el pecado es un error, una trágica equivocación y, a la vez, un engaño: buscamos la felicidad donde no está (como la fama o el poder), tropezamos en nuestro camino hacia ella (por ejemplo, acumulando bienes superfluos que ciegan nuestro corazón a las necesidades de los demás) o, peor aún, confundimos nuestro anhelo de felicidad con otro amor (como el caso de un amor infiel).

Pero siempre, detrás del pecado está la búsqueda de un bien -real o aparente- que pensamos que nos hará felices.

No comprenderemos el pecado mientras no sepamos detectar el anhelo de felicidad insatisfecho que lo genera.

A veces, un deseo vehemente de algo que es pecado procede de una carencia en el deseo fundamental de amor, que provoca angustia y tristeza, y que se piensa -erróneamente- resolver de ese modo. Por ejemplo, quien se siente poco querido y carece de vínculos afectivos firmes, ya sea con Dios, la propia familia o los amigos, fácilmente reaccionará con desconfianza y agresividad, incluso con injusticia, ante las pretensiones ajenas, para protegerse y asegurarse; o buscará un sucedáneo de ese amor en las relaciones de usar y tirar, el placer o las cosas materiales.

Solo el amor de Dios sacia.

Benedicto XVI lo expresó así: "La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla; la verdadera felicidad se encuentra solo en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito o en nuestras relaciones personales sino en Dios. Sólo Él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón"


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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...