Cuaresma. 40 días en los que miramos a Cristo y su manera de alcanzarnos la redención de todo lo que nos impide alcanzar el fin de nuestra vida, que no es otro que la comunión con Dios.
Apremia la salvación eterna de todos, de muchos...
Invitación a seguir a Cristo, a volverse hacia el Señor. Estaba en el desierto, pero el Espíritu Santo nos hace verle para despertar en cada uno de nosotros el deseo de imitarle. Los pequeños imitan a los mayores y Él es nuestro hermano mayor.
Imitar a Jesús, en primer lugar, en su diálogo con Dios-Padre. El tiempo de Cuaresma es un tiempo de oración, de saberse hijo de Dios, escuchado, atendido en lo verdaderamente importante, no en nuestras comodidades, caprichos o incluso en nuestras necesidades apremiantes.
Y será precisamente ese deseo, ese seguir el impulso del Espíritu Santo, el que provocará una vida penitente. El ayuno, la privación, el vacío de gustos, la mortificación de la carne... serán consecuencia del deseo de Dios, del hambre de Eucaristía, de la prisa por acudir al oír el silbido amoroso del Buen Pastor.
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