viernes, 23 de diciembre de 2016
Y habitó entre nosotros
En el sexto día de la Creación, formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro un aliento de vida, y fue así el hombre ser animado.
En todas las cosas creadas mostró Dios su agrado, pero cuando creó al hombre, vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho.
Aquella nueva criatura, compuesta de alma y cuerpo, de espíritu y materia, en maravillosa unidad, era fruto del amor de su Creador, que lo miraba con ternura, hasta el punto de adoptarlo como hijo, infundiéndole la gracia.
De cómo se complace Dios en nosotros, dice la misma Sabiduría divina: estoy recreándome en el orbe de la tierra, siendo mis delicias los hijos de los hombres.
Pero el hombre pecó, se rebeló contra Dios, contra su Padre: y aquella obra divina quedó rota, aquella unidad de gracia, alma y cuerpo, deshecha.
Y de nuevo se manifestó la infinita bondad de Dios: con sobreabundancia de amor, con una misericordia que nuestra mente apenas puede entrever, no se limitó a restablecer lo que el pecado había destrozado. Hizo más, dando a nuestra naturaleza humana una dignidad que nunca había tenido:
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. (Juan 1, 14)
(En la foto, Lourdes y Oscar en el lugar de Belén donde nació Jesús)
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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...
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