El lenguaje de la oración es misterioso: no podemos controlarlo pero, poco a poco, experimentamos que cambia nuestro corazón.
La oración tiene mucho de misterio.
Este encuentro misterioso entre Dios y la persona que ora tiene lugar de muchas maneras.
Dios no necesita hablarnos con palabras -aunque también puede hacerlo-; le basta con sus obras y con la secreta acción del Espíritu Santo en nuestras almas, moviendo nuestro corazón, inclinando nuestra sensibilidad o iluminando nuestra mente para atraernos dulcemente hacia sí.
Puede que, en un primer momento, no seamos ni siquiera conscientes de ello, pero el paso del tiempo nos ayudará a distinguir esos efectos suyos en nosotros: quizás nos habremos hecho más pacientes, o más comprensivos, o trabajemos mejor, o valoraremos más la amistad...
En definitiva, amaremos cada vez más a Dios.
( En la foto, Ricardo, Chari y en medio María, hoy en Praia dos Pescadores, Faro, Portugal )
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