domingo, 29 de marzo de 2015
Teología del borrico
Cuenta el cardenal Herranz entre sus recuerdos la vez que despachando con san Juan Pablo II puso sobre la mesa un pequeño objeto: un borriquito de hierro con minúscula albarda de paño verde y rojo. Un tanto sorprendido y divertido, el Santo Padre le preguntó:
- ¿Qué es eso?
- Santidad, considérelo un pequeño regalo. En sí no vale nada, pero es algo particularmente valioso para mí; es un borriquito que me dio el fundador del Opus Dei cuando entré al servicio de la Santa Sede en 1960, en los años de preparación del Concilio. Ahora es ya una reliquia. Lo tuvo también en sus manos Juan XXIII, cuando visitó la congregación de la Santa Sede en que empecé a trabajar. Y hasta ayer lo he tenido siempre sobre la mesa de mi despacho, porque me evoca la teología del borrico, que me hace mucho bien.
- ¿La teología del borrico? ¿Y en qué consiste esa teología? -me preguntó con extrañeza el Papa.
- La aprendí de monseñor Escrivá hace muchos años. Él amaba la figura del borrico por razones ascéticas: en su gran humildad, él se veía como un borrico sarnoso y, en su deseo de enseñarnos a santificar el trabajo ordinario, nos ponía el ejemplo del borrico de noria. Pero también lo amaba por razones claramente bíblicas...
Noté que la mirada del Papa pasaba de la extrañeza al interés, un intenso interés. Continué:
- El fundador del Opus Dei nos enseñaba a sus hijos que el Señor podía haber hecho su entrada triunfal en Jerusalén cabalgando sobre un caballo o, añadía a veces, en una cuadriga romana, pero prefirió hacerlo sobre un borriquito. Incluso cuando envió a dos de sus discípulos a la aldea de Betfagé para que desataran el jumento y se lo trajeran añadió: Y si alguien os pregunta por qué hacéis eso, responded que el Señor tiene necesidad de él. Se cumplía así la profecía de Zacarías y, al mismo tiempo, el Señor ensalzaba la figura mansa y sencilla del borriquillo: un animal de carga, humilde, obediente, duro en el trabajo, austero, que se contenta con poco y, a la vez, de trote decidido y alegre.
Me quedé callado, porque me pareció que ya había hablado mucho. Sin embargo, el Papa me animó:
- Siga, siga.
- Santidad, si mira ese borriquillo, verá que tiene unas orejas finas y estiradas hacia arriba. Monseñor Escrivá comentaba que son como antenas levantadas al cielo para captar la voz de su amo, de Dios. Y es que, para ser Opus Dei, el trabajo ha de ser contemplativo: hecho en medio del mundo, pero en la presencia de Dios.
Callé de nuevo, porque habíamos superado con creces el tiempo normal de las audiencias y acababa de entrar en el estudio el prelado de antecámara, para indicar discretamente que otras visitas esperaban.
Juan Pablo II se alzó con un gesto como de resignación y, mientras le besaba la mano y le pedía su bendición, añadió:
- Tenemos que seguir hablando de esto.
( También a mí se me ha hecho largo el cuento, pero la teología del borrico lo merecía en este Domingo de Ramos.
La foto es de alumnas del Guaydil de paseo hasta la casa de Mensa -aprovecho para mandarle un cariñoso saludo- jugando con Paquito, un borrico como el de Betfagé.)
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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...
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