La amistad es imprescindible. Más en estos momentos. Los amigos nos escuchan y hacen sentir bien.
Hace pocos días me mostraron una carta escrita a un sacerdote muy enfermo -murió no mucho tiempo después- por un amigo con el que compartía la afición por la montaña y que contenía estas encendidas frases:
me has dado tanto, sin pedir nunca nada a cambio;
me has enseñado a caminar por los senderos de montaña y a soportar en silencio el peso de la mochila y del cansancio físico;
me has enseñado que cuando se busca alcanzar la cima, cada paso es importante y es preciso no distraerse;
me has enseñado que, cuando uno se esfuerza seriamente, los resultados y la satisfacción llegan siempre, antes o después;
me has enseñado la alegría de poder contemplar el alba o el atardecer desde lo alto de una cima recién coronada;
me has enseñado el placer de compartir la propia comida y el agua, también cuando escasean;
me has enseñado a apreciar las cosas simples de cada día y a mirar la vida como un don de valor inestimable;
me has enseñado a entender lo que no conocía, sin nunca hacerme sentir vergüenza de mi ignorancia;
me has hecho redescubrir la fe y el placer de encontrar la presencia de nuestro Señor en todo lo que nos rodea.
Bonito ¿verdad?
Hay un gran espacio para la esperanza, la alegría y el buen humor, que es remedio a muchos males. Con la ayuda de Dios, podemos salir de esta pandemia convertidos en mejores personas, más atentos a las necesidades de los demás, comenzando por los que nos rodean. Si cambiamos nosotros, el mundo cambiará.
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