sábado, 4 de febrero de 2017
Dulce hogar I
Disfrutando con el libro de Dorothy Canfield Fisher, en el que de una manera magistral se plantea los problemas de una familia en la que ambos cónyuges están frustrados por las funciones que les ha tocado desarrollar. Evangeline es una obsesiva ama de casa cuyo perfeccionismo hace infelices a sus hijos. Sin darse cuenta, vive desencantada y aburrida, aunque se considera una buena madre y esposa. Lester, su marido, poeta y soñador, tampoco es feliz, ni en casa ni en el trabajo. Un accidente cambia la vida de toda la familia al propiciar un radical cambio de papeles: él se ve obligado a quedarse en casa en una silla de ruedas y ella debe ponerse a trabajar fuera del hogar para ganar el sustento de la familia.
Hay una página genial en la que se describe la odisea de Lester con su hija Helen cocinando en su nuevo rol tras el cambio por razón del accidente.
(Como es largo, lo anoto en dos entradas, para no hacer largo el cuento):
"Histórico día en que cocinaron juntos por primera vez, e intentaron preparar -con más miedo que otra cosa- unos huevos revueltos para comer, fue Helen la que supo manipular aquella especie de bombas que eran para ellos los huevos crudos. Lester había cascado con mucho cuidado la parte de arriba de uno de ellos y estaba empezando a quitar trocitos de cáscara, cuando Helen le dijo en tono instructivo:
- No es así, mamá los casca por en medio, dándoles un golpe en el borde del cuenco y los abre por ahí.
-¿Cómo? Enséñame -dijo su padre dócilmente, entregándole otro huevo.
Sintiéndose muy importante, Helen lo cogió con maestría, lo colocó sobre el borde del cuenco y lo levantó imitando el modo resuelto de su madre. Pero se quedó así, sin mover la mano. Asustada, volvió los ojos a su padre y dijo abatida:
- Imagínate que le pego demasiado fuerte y pringo todo el huevo...
A su padre no le dieron ganas de gritar a la niña por su estúpida ineptitud. Más bien se compadeció de su pánico.
- Sí, ¡los huevos crudos son terribles! -dijo él en tono comprensivo
Agobiados los dos, contemplaron aquel enigma oval.
- Hazlo tú -dijo Helen, a la que su inseguridad impulsaba a trasladarle a otro la responsabilidad.
Su padre rechazó horrorizado asumirla:
-¡Ni de broma! -exclamó- Tú eres la que ha visto cómo lo hace mamá.
-¿No explica el libro en ningún sitio cómo se hace? -preguntó Helen en otro intento desesperado de trasladar la responsabilidad-. Hay un capítulo al final que explica cómo quitar manchas de tinta, qué hacer si a alguien le sienta mal algo y cosas de esas. A lo mejor ahí dice algo.
Dejaron el huevo para buscar en el libro, pero en sus cuatrocientas páginas no encontraron nada sobre el modo de cascar el huevo.
(Continuará)
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En Nicaragua, como en otros lugares, cuando uno tiene grandes deseos de contar cosas a los familiares, amigos colegas...y no hay tiempo, trata de resumir anteponiendo ese "para no hacerte largo el cuento". Pero ni así...
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